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NUEVA ESPIRITUALIDAD

El derecho a la ciudad siguiendo a Chávez.

“Todos tenemos derechos a ser ciudadanos, a ser ciudadanas…”


   Un aporte para la aproximación al pensamiento del Presidente Chávez sobre el “derecho a la ciudad”; una propuesta de abordaje a su concepción desde una perspectiva pedagógica. Revisa los postulados que maneja el Comandante en su esfuerzo por redefinir, redimensionar y articular el poder, la ciudad y la comuna, en función de un proyecto de vida colectivo y revolucionario. A manera de entrevista, lleva de la mano al lector en un paseo por las ideas que sirvieron de base a hechos concretos, en referencia a la nueva visión de ciudadanía como legado. 

   Por Farruco Sesto: El derecho a la ciudad siguiendo a Chávez, una guía didáctica. De la Colección Pensando a Chávez IAEP Hugo Chávez. Presentado por Ricardo Molina en un sentido práctico y coherente, pero sobre todo cercano.

 Juventudes cuentan su historia con Chávez. 

“En la distancia/ese amor y esa mirada de siglos/ inundó mi corazón”.

    Coincidencia de jóvenes de los municipios Barinas, Pedraza, Sucre y Obispos del estado Barinas en su encuentro con el Chávez padre, Comandante y político; emocionados, evocando sus recuerdos, exponiendo sus motivaciones en presente y futuro, todos inmersos en una dinámica de construcción de la Patria, genuina, responsable y ética.

   De la colección Tomamos la palabra, primero de la serie: El pueblo cuenta su historia. Una compilación de testimonios del pueblo joven recogidos en la informalidad de espacios comunes de sus localidades, que presenta su percepción de él desde los inicios del Gobierno Bolivariano. Una presentación única en el sentir de la generación que creció con Chávez.

 El pueblo de Ciudad Tavacare cuenta su historia con Chávez. 

“El sueño de Chávez era como el sueño de los pobres”. 

    De la colección Tomamos la palabra, segundo de la serie: El pueblo cuenta su historia. Historias de la esperanza recuperada que muchos habían creído perdida, muestran el sentimiento de protección que él les brindó. He aquí la certeza de un pueblo amparado, que fue amado, reconocido en su esencia, hecho libre, y se sintió satisfecho con la obra del Comandante. Un pueblo comprometido con el resguardo y difusión de su legado. Relatos sencillos de hombres y mujeres que hacen vida en Barinas, en uno de los urbanismos construidos en Revolución, de los muchos proyectos materializados por el Presidente Chávez, en palabras que tocan el alma

El pueblo de Ciudad Varyná cuenta su historia con Chávez.
“(…) su legado es sentir que tenemos Patria, es sentir que somos realmente venezolanos, que tenemos que querer a nuestro país en las buenas y en las malas, defender lo nuestro.”
   Presentación de un manojo de sentidos recuerdos de algunos habitantes de Ciudad Varyná, quienes tuvieron la suerte de conocer y compartir con Chávez, y otros solo desde la distancia, pero para quienes su proceder, en efecto, se tradujo en un verdadero compromiso con el pueblo que se siente, aún ahora, respetado en todo sentido. De la colección Tomamos la palabra, tercero de la serie: El pueblo cuenta su historia. Relatos de vida en la historia contemporánea venezolana que te invitan a la lectura.

 Hugo Chávez Frías Aló Presidente Teórico.

“Una invitación hago desde aquí a la lectura, al estudio, a fortalecer los principios de nuestro planteamiento ideológico, y a estudiar y a profundizar la teoría de las ideas. (…) es imposible que haya una Revolución si no hay teoría revolucionaria”.

Mensajes clave para la participación protagónica del pueblo venezolano en su historia, desde la identificación y el reconocimiento de su espiritualidad para asumirse garante del ejercicio de la soberanía. Conversaciones que pretendieron orientar la discusión permanente priorizando la lealtad en la acción y la conciencia de Patria.

De la colección De primera fuente: Aló Presidente Teórico. Reseñas de 6 ocasiones que surgen de la insistencia en la revisión crítica y propositiva del proceso revolucionario. Con una dedicada presentación del Presidente Nicolás Maduro Moros.

     La que Rodolfo Quintero llamó “cultura del petróleo” hace medio siglo en una célebre obra homónima, sigue viva entre nosotros, menguada ciertamente por la acción transformadora en estos años de Revolución Bolivariana, pero viva todavía y desafiante.

    Desde comienzos del siglo XX, decía allí el respetado antropólogo, hay en Venezuela una cultura del petróleo: un patrón de vida con estructura y mecanismos de defensa propios, y con modalidades y efectos sociales y sicológicos definidos, Una cultura que deteriora las culturas “criollas” y se manifiesta en actividades, invenciones, equipos y bienes materiales y no materiales como lengua, arte, ciencia, etcétera (…) “La cultura del petróleo – agregaba– es una cultura de conquista, que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida (…)”.

    Esa especie de pastiche ideológico, deforme calco de los factores de la dominación, logró penetrar el tejido social venezolano –sobre todo en las capas medias de la población– hasta convertirlo en lastimoso remedo del modo de vida asumido como modelo. Celebra el Halloween aunque ignora sus orígenes. Habla de Santa Claus o Papa Noel y no de San Nicolás. Tiene a Miami como madre
referencial de sus aspiraciones mientras desprecia sus valores ancestrales, a los que tiene por burdos o atrasados. Practica el racismo incluso ante su espejo, pues siente vergüenza de su conformación biológica. Entona la última canción de moda en inglés, mientras ignora nuestra música. O se muestra ferviente creyente de cuanta patraña le ofrecen el mercado mediático y las redes sociales al paso que maltrata su idioma natal entre vulgaridades y miseria espiritual. La antigua hegemonía cultural colonial, derrotada parcialmente en el proceso independentista, dio paso de este modo a la nueva hegemonía cultural neocolonial, que también será derrotada para mirarnos libremente en nosotros mismos y hacia el resto del mundo.
   Los tentáculos de esa acción deformadora y antinacional aún podemos verlos y padecerlos en todas partes, pero sobre todo en nuestras ciudades, sedes de los llamados mass media y de las redes sociales, en donde la resistencia de las culturas populares, frutos de la conformación pluricultural de nuestras sociedades primigenias, logra abrirse paso casi a dentelladas.

   Luchamos pues contra un proceso desnacionalizador astuto, en veces invisible pero siempre perverso, impuesto a lo largo del siglo XX por los actores imperiales, cuando no por sus socios y lacayos.

   La actual conflagración entre ellos y las fuerzas populares, más que política, encarna la gran batalla cultural que libra la humanidad contra la pretensión de uniformarla y dominarla. Esta batalla debe librarse en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, y ante todo en el terreno de los medios de comunicación, que no en vano llamó el Libertador artillería del pensamiento que es también, agregamos nosotros, de las sensibilidades.
    No se trata de afincarnos en un nacionalismo enfermizo y huraño o en una suerte de absolutismo a expensas de la inmensa zafra de la cultura universal, siempre nutriente. Se trata de seguir conformando la nueva sociedad en la dignidad del esfuerzo pacífico y creador con la propia savia y los propios valores de la pertenencia. Es allí donde reside toda noción de identidad.
 
   Los Estados Unidos de Norteamérica, gran factor hegemónico de nuestro tiempo, no suelen exportar en masa lo más fecundo y positivo de sus artes y culturas, que no escasean en creación sabia y fulgurante. Por el contrario, monopolios y oligopolios del complejo militar-financiero que ejerce allí el verdadero poder, para afianzar los mecanismos de penetración ideológica que conducen al cautiverio mental de sus desprevenidos destinatarios –y los convierte en eunucos o siervos políticos y robotizados consumidores– atiborran al mundo de basura supuestamente inofensiva, cargada de incesante violencia irracional y falsos paraísos degradantes de la condición humana y de la vida misma. Y mientras someten sus dictados a las industrias culturales periféricas, incluyendo las de sus aliados europeos –cuyo cine, por solo citar un ejemplo, hoy resulta poco menos que clandestino entre nosotros– impiden o vedan de mil modos, parcial o totalmente, la divulgación de los aportes de otros continentes y hasta a nosotros los latinoamericanos de nuestras propias manifestaciones culturales.

    ¿Alguien puede dudar de la distorsión u omisión frecuente de la verdad, de la subordinación de esta a los intereses crematísticos, del predominio omnímodo del espectáculo frívolo y la estupidez y la promoción permanente de la desesperanza y el catastrofismo en la inmensa mayoría de los medios audiovisuales? ¿O de las programaciones musicales vinculadas al mercantilismo transnacional –por lo común “made in usa”– de la mayor parte de nuestras radioemisoras? ¿O de las películas, series y otros programas televisivos, incluyendo los infantiles –no por azar también “made in usa”– tan consustanciados con la insania mental, la violencia y la estulticia que parecieran elaborados por y para deficientes mentales?  
   A dieciocho años de haberse iniciado el proceso revolucionario conducido por el Presidente Chávez, bajo fervorosa aquiescencia popular expresada en una Constitución aprobada en referéndum, debemos decir con entera franqueza que una buena parte de sus dirigentes y órganos del poder público, siguen en mora con los derechos culturales en esta consagrados.

    Bien es cierto, y es en verdad deslumbrante, que el Presidente Chávez y altos funcionarios de su gobierno auspiciaron y auspician y apoyan sin reservas no pocas iniciativas derivadas de tales derechos, a sabiendas de lo que ellos significan. Y tal circunstancia permitió no solo la conversión del antiguo Consejo Nacional de la Cultura en Ministerio de la Cultura, sino la concreción, por parte de este, de ambiciosos planes dirigidos a democratizar la creación, protección y acceso a los bienes culturales.

   Nunca en verdad se habían editado tantos libros en nuestra historia republicana (y al alcance de las mayorías), fomentado tanto cine y música nacional, apoyado tanta iniciativa creadora, rescatado tantos valores históricos, divulgado tantas verdades soslayadas.

Pero ello no basta.

    Y no basta porque tales conquistas siguen, con meritorias excepciones, rezagadas en el resto del país como políticas de Estado de obligado acatamiento por ser normas constitucionales. 

    Pareciera un problema estructural de la actual conformación burocrática del Estado, vieja herencia colonial, pues una parte considerable, si no la mayoría de las Gobernaciones, Consejos Legislativos, Alcaldías, Partidos y organizaciones comunales simplemente se desentienden del asunto, al punto de que muchos promotores y cultores populares, orquestas típicas, museos, casas de la cultura y bibliotecas siguen trabajando entre carencias primarias, o continúan en riesgo de daños irreversibles valiosos inventarios del patrimonio artístico del país bajo la indiferencia de sus gobiernos locales y regionales, más preocupados por favorecer, en esta materia, jolgorios y romerías que espacios para la reflexión creadora y transformadora.

    ¿Cuántos de ellos pueden enorgullecerse de presentar en sus organigramas y destinar en sus presupuestos las estructuras y recursos permanentes para estimular y apoyar en sus comunidades una verdadera revolución cultural? 

   El Estado no crea valores culturales, los auspicia, porque en cultura las leyes de la economía se invierten y no es la demanda la que decide la oferta, sino esta la que propicia la demanda
III 

   Jamás, hasta la actual, en ninguna de las Constituciones habidas a lo largo de la Cuarta República del siglo XX se había siquiera mencionado la palabra cultura. Y mucho menos que pudiera pensarse en consagrarla como un derecho primario de nuestro pueblo como se establece hoy. 

   El acceso a los bienes culturales constituía coto cerrado de una minoría privilegiada (privilegiada porque tuvo y tiene, a diferencia de las grandes mayorías populares, oportunidades, formación y medios para hacerlo).

   De allí que en nuestros días, aún con los avances propiciados por las iniciativas de abnegados revolucionarios, resulte insoslayable convertir en realidad
   hegemónica el corpus sensitivo del proyecto bolivariano, expresado en dos palabras por el Libertador en su discurso ante el Congreso de Angostura, palabras no por trilladas menos apremiantes: moral y luces. Si analizamos y extrapolamos lo que Bolívar quiso significar al escribir “moral y luces son nuestras primeras necesidades”, tendríamos que volver a decir con él: “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Esas necesidades primarias, junto a la justicia social, constituyen el zumo creador de todo proceso revolucionario.

    Virtudes ambas de obligada exigencia en la construcción de una República que se desea refundada en valores. 

 IV

   Los derechos sociales, económicos y culturales, conocidos como segunda generación de los derechos humanos, fueron promovidos en las primeras décadas del siglo pasado. No se incorporaron a los sistemas constitucionales si no bien avanzado este, al ser considerados como complementarios de los derechos civiles y políticos.

   Hasta entonces hubiera parecido entelequia, incluso para los propios oficiantes de la cultura, hablar de derechos culturales, es decir, de la cultura como objeto del derecho, porque ello supondría reglamentar lo irreglamentable, o legislar sobre lo ilegislable.

   El tiempo se encargó de registrar, sin embargo, que la efectividad de los derechos civiles y políticos constituía simple retórica o mera voluntad declarativa si no se lograba la realización plena de los de segunda generación. Es decir, los derechos clásicos de libertad e igualdad formal que configuran el respeto a la dignidad humana, no serían más que enunciados insustanciales sin la plena realización de los derechos económicos, sociales y culturales. Y viceversa.
   Los derechos culturales son también rasgos distintivos de la nacionalidad.

   Sistemas de valores, historia, creencias, tradiciones y modos de vida de los conglomerados sociales constituyen componentes primarios del desarrollo de la humanidad. No puede existir desarrollo económico ni social sin desarrollo cultural.
   Como expresa un documento de la Unesco, la cultura es una experiencia humana que, aunque de difícil definición, representa para nosotros la totalidad de medios por los cuales el hombre crea diseños para vivir. Se trata de cambiar el concepto reverencial de la cultura para convertirlo en punto nodal de participación creadora, de acopio de conciencias sensibles, libre de sujeciones y factores alienantes.
    Una cultura viva, edificante, emancipadora, permite al ser humano cambiar la realidad circundante, puesto que el crecimiento cada vez mayor de la pobreza en un mundo de abundancia impide trágicamente la concreción de los derechos humanos. 
Las ciencias y la tecnología sirven a la lógica de la razón y son neutrales, de allí que sus descubrimientos, en manos de seres inmorales, puedan servir para funestos fines. Las artes avivan y alimentan la sensibilidad, los saberes humanísticos la conciencia, y ambos, sensibilidad y conciencia, toman partido por lo humano, cuya naturaleza pretenden perfeccionar, no aletargar. 
   Ser cultos es la única forma de ser libres, decía Martí.

   Y cultura no es solo arte: también tradición palpitante, activa, sensorial y cognoscitiva. Por ella pertenecemos a un país, nos miramos en las fuentes de nuestro ser social. Por ella aprendemos a defender espíritu y tierra ante todo invasor, por ella enfrentamos las pretensiones hegemónicas de los imperios y sus secuaces, las aberraciones de sus mass media, las carencias o los abismos de nuestras resoluciones e irresoluciones, las degradaciones del atraso, el estancamiento y la indigencia.

   Porque donde hay cultura no hay miseria.
   Y puesto que en cultura lo que abunda no daña, varios son los ejes fundamentales recogidos en la actual Constitución, tanto en el Preámbulo como en los cuatro artículos del Capítulo V que tuve el honor de redactar y que junto a otros conexos configuran el principio del Estado pluralista de cultura que caracteriza a la Venezuela Bolivariana.

   En estos se consagran normas fundamentales, entre ellas la garantía de la libertad de creación, entendida como el derecho a la invención (y no a la inversión como erróneamente se transcribió y así se dejó en el artículo 98, no sabemos por qué o quiénes), producción y divulgación de toda obra científica, técnica y humanística sin más limitaciones –como es norma universal– que las derivadas del respeto a los otros derechos humanos. Todo venezolano tiene derecho, pues, a crear bienes culturales, aunque este derecho no se perfecciona si no cumple su papel social. Por eso el mismo capítulo consagra otra garantía indispensable: la difusión de la información cultural y la obra de los creadores de bienes culturales en los medios audiovisuales, los cuales han de asumir este deber como parte de su esencia de servicio público.
 
   En concordancia con ello, otro artículo, el 108, dispone que los medios públicos y privados deben contribuir a la formación ciudadana y posibilitar el acceso universal a la información veraz, mientras el 110 los define como instrumentos fundamentales para el desarrollo y la soberanía. En el mundo actual, dominado por la llamada cultura de masas o de mercado, el cumplimiento de esta norma es de particular importancia. 

   Ahora, cuando el Presidente Maduro, en uso de sus atribuciones constitucionales, ha llamado a un nuevo proceso constituyente que establezca y consolide la paz y el debate político civilizado, la nueva Asamblea Constituyente deberá, a nuestro juicio, fortalecer las formas de cumplimiento de los derechos culturales consagrados en la Carta Magna de 1999, bien agregando nuevos artículos, bien estimulando acciones específicas o bien contemplando de una vez la creación de instrumentos jurídicos que permitan sanciones y otras disposiciones indispensables.

   Los antivalores de la cultura del petróleo –no sus valores– han permeado nuestra realidad para deformar o aniquilar nuestros valores ancestrales. Los mass media (sobre todo la radio y la televisión), erigidos en mentores de la conducta ciudadana cumplen relevante papel en la formación y extinción de esos valores y antivalores (como podemos comprobarlo ahora en las demenciales acciones de sectores movidos por el odio inculcado por sus dirigentes políticos y económicos a quienes jamás hemos visto deslindarse, como fieles vasallos, de los crímenes y otras atrocidades del imperio). 
   No está de más recordar aquí las palabras de un viejo productor de Hollywood, William Hays, a quien un crítico español describiera hace cuatro décadas como “trait d’union entre los grupos bancarios yanquis, los ministerios gubernamentales y los productores de películas”: “Nosotros –decía Hays– no podemos olvidar que el cine americano es un factor poderoso de la penetración cultural americana en los demás países”. Como sabemos, las palabras América y americano fueron también convertidas en propiedad de los EEUU. Para el resto de nosotros utilizan otras denominaciones, entre ellas la palabra latino.
 w 

Lo movimientos revolucionarios de nuestro tiempo heredaron atroces realidades que se proponen –y es preciso– transformar.

Tal circunstancia los justifica y los alienta.

Ya no se trata únicamente de vencer la injusticia social. También y sobre todo se trata de la defensa y restauración de un medio ambiente, de una naturaleza, de un planeta gravemente lacerados. Es también en consecuencia una contienda contra la alienación colectiva promovida y sustentada por lo que el sociólogo estadounidense Dwight Mac Donald denominara masscult (cultura de masas), fabricada para el mercado por los propietarios y dirigentes de los grandes medios audiovisuales.

La masscult, dice Mac Donald en su ensayo Masscult y Midcult, no ofrece a sus clientes, el gran público, ni catarsis emocional ni experiencia estética porque todo eso requiere un esfuerzo. La cadena de producción – agrega– elabora un producto uniforme, cuyo humilde fin no es ni siquiera divertir, porque eso supone vida, y por lo tanto esfuerzo. Nada de eso, lo único que se propone es distraer. Puede estimular o narcotizar, pero lo importante es que sea de fácil asimilación. No exige nada a su público…y no da nada.
   Nada, excepto la ilusión que proporciona el consumismo, el manto de la frivolidad, las cadenas del egoísmo, la venda del letargo. 

   En este contexto, la acción cultural liberadora es la única herramienta capaz de cumplir una doble función: transformar mentalidades y sensibilidades, cabe decir, lo permanente humano, para hacer posible otro mundo.
   Víctimas de la indiferencia con que suele mirarse lo fútil o de la precaución con que se intuye lo peligroso, los derechos culturales de nuestro pueblo fueron tachados o ignorados secularmente, salvo para ser ejercidos como privilegios de élites o minorías. 
   Por eso, soñadores como somos, nos hemos permitido soñar con otra realidad cuyos cauces ya empezamos a andar. Y así como el Estado venezolano ha erogado cuantiosos recursos para la construcción de relevantes estadios de fútbol en todo el país (a lo que nadie podría oponerse si privara el mismo criterio en los ámbitos culturales, educativos y científicos), y así como algunas de sus instituciones disponen de pródigas sumas para espectáculos de agobiante indigencia intelectual y artística, muchos soñamos con el día cuando en cada capital estadal y en cada ciudad importante emerjan también dignos y radiantes centros de cultura, palacios de la inteligencia y la sensibilidad, surgidos de las iniciativas de alcaldes, gobernadores y Consejos Comunales. 
    Centros dotados de auditorios confortables, librerías, discotiendas, salas y locales de exposición y venta de obras de arte y artesanías, salas de lectura, de música, de debates, espacios-sedes de agrupaciones culturales y comunales, cafés, estacionamiento y demás facilidades para que sean habitados y habilitados permanentemente por nuestro pueblo y sus trabajadores culturales (escritores, poetas, artistas, artesanos, historiadores, filósofos, cineastas, promotores y un largo etcétera), hombro a hombro con su comunidad en actividades constantes –para evitar que se conviertan en cascarones de humo–, interrelacionados con la gente a la que sirven. Núcleos activos, poblados, vivos, en donde no falten la imaginación ni la magia, los saberes ni la sensibilidad.

    Solo así, a la larga –y a lo profundo, porque los bienes culturales son como cargas de profundidad– los antivalores pueden dejar de reinar, las acritudes dar paso a los prodigios y nuestros niños y nuestros jóvenes vivir una nueva realidad. 
  
    En toda verdadera revolución, permítanme decirlo finalmente, lo bueno de soñar es que los sueños, tarde o temprano, pueden convertirse en realidad. 
GUSTAVO PEREIRA


   
  Desde finales del siglo XIX el cartel o afiche ha sido una herramienta eficaz de difusión de mensajes e ideas. Un puente poderoso, preciso y diáfano que junto al espectador construye una narrativa visual instantánea. Desde sus inicios en Francia, los carteles han sido reconocidos como un importante medio de comunicación por su gran capacidad de generar en quien los ve, una rápida conexión, que desde su atractivo visual puede desencadenar una gran fuerza emotiva e intelectual.

   Es bien conocido el uso del cartel –también llamado poster– por parte de la industria publicitaria, en la mayoría de los casos para estimular el consumo de productos, muchos de los cuales pudieran no ser de necesidad primaria o real. El capitalismo ha comprendido desde hace mucho que la comunicación visual es camino hasta el pueblo los capitalistas prefieren llamarlo “mercado” de una manera inmediata, construyendo una proclividad a fijar la atención a las imágenes antes que a las palabras.
    Sin embargo, el potencial del afiche o cartel también ha sido aprovechado para alcanzar fines más humanitarios, acompañando a las revoluciones populares con el poder de las imágenes vistiendo la fisonomía de las ideas, principios y sensibilidades que guían a los pueblos hacia su liberación. Experiencias como las de la Revolución Soviética, la República Española y la Revolución Cubana son vitales para comprender como los artistas, a través de los carteles, han acompañado las transformaciones profundas, la propagación de saberes y sentimientos y los clamores de emancipación de los pueblos. 

    En la Revolución Bolivariana el afiche ha sido parte del caudal de imágenes que tejen un discurso amoroso, colorido y potente que acerca a un pueblo con sus raíces y su líder por encima del tiempo y las temporales ausencias. Esta pequeña muestra pretende mostrar a ese Hugo Chávez risueño y amoroso, el mismo de brazos abiertos ante los humildes que besa las manos de los olvidados por la historia, pero que ahora son envueltos por tricolores de esperanzas y se alzan victoriosos, con el puño en alto, para derrotar el egoísmo de los poderosos y los imperios.

 Poemas

24 de julio de 2011 

Caracas, Casa Natal del Libertador Hugo Chávez en el 228° aniversario del natalicio del Libertador Simón Bolívar

    Yo venía leyendo en la noche desde La Habana con Neruda, con Neruda, esto lo escribió Neruda según la cita que tengo acá 1950, Canto general, Un canto para Bolívar esto es grande y sublime se lo dedicamos, Soto Rojas declama también, todo llanero declama y toca cuatro y zapatea joropo ¿eh? [risas] la memoria. Yo me lo sabía completo, fíjate, y hay una parte intermedia que no es en verso, no es en verso es en prosa sublime, esa se olvida, el verso es más fácil de llevarlo. Casi todo en prosa ¿a ver? Que honor para mí con el cuatro de Cecilia Todd, un aplauso para ella no para mí. [declama] “Padre nuestro que estás en la Tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra extensa latitud silenciosa, todo lleva tu nombre Padre en nuestra morada, tu apellido la caña levanta, la dulzura, el estaño Bolívar tiene un fulgor Bolívar, el pájaro Bolívar sobre el volcán Bolívar, el salitre, la batata, las sombras especiales, las corrientes, las rocas de fosfórica piedra. Todo lo nuestro viene de tu vida pagada, tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios, tu herencia es el pan nuestro de cada día. Tu pequeño cadáver de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma y de pronto surgen dedos tuyos de entre la nieve y el pescador austral saca a la luz de pronto tu sonrisa, tu voz, tu voz palpitando entre las redes. Bolívar, de qué color – Rosa mi Rosa pásame mi rosa– de qué color la rosa que junto a tu alma alcemos, roja ha de ser la rosa que recuerde tu paso. Cómo serán las manos que toque tus cenizas, rojas serán las manos que de tus cenizas nazcan, cómo serán las semillas de tu corazón muerto, rojas, serán las semillas de tu corazón ¡vivo! Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti, junto a mi mamo hay otra y hay otra junto a ella y otra más hasta el fondo del continente os26 curo y otra mano que tú no conociste entonces, viene también Bolívar a estrechar la tuya de Teruel, de Madrid –era la Guerra Civil, recogía él ese tiempo– de Jarama, del Ebro, de la cárcel, del aire, de los muertos de España llega esta mano roja que es hija de la tuya. Capitán combatiente –esto que viene es bello, bello, muy bello– capitán combatiente donde una boca grita libertad, donde un oído escucha, donde un soldado rojo rompe una frente parda, donde un laurel de libres, brota, donde una nueva bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora, Bolívar capitán allí se divisa su rostro ¡otra vez entre pólvora y humo! Tu espada está naciendo, otra vez tu bandera con sangre se ha bordado, los malvados atacan tu semilla de nuevo clavado en otra cruz está el hijo del hombre. Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra. El laurel y la luz de tu ejército rojo a través de la noche de América con tu mirada mira, tus ojos que vigilan más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos, más allá de las negras ciudades incendiadas. Tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace, tu ejército defiende las banderas sagradas, la libertad sacude las campanas sangrientas –hay pueblo en la calle ¿saben? Los que están manejando las cámaras, el pueblo en la plaza, los que manejan el... las cámaras, digo yo entre paréntesis, tienen una imagen congelado ahí pueblo, soldado ¿eh? – tu ejército rojo [declama] Y un sonido terrible de dolores precede la aurora enrojecida por la sangre del hombre –y termina sublime– ¡Libertador! Un mundo de paz nació en tus brazos la paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron. De nuestra joven sangre venida de tu sangre saldrán paz, pan y trigo y maíz para el mundo que haremos –dice Neruda–. Hoy digo yo, con permiso, para el mundo nuevo que estamos haciendo ya [risas] y termina: Yo conocí a Bolívar una mañana larga en Madrid en la boca del quinto regimiento... uno pudiera decir me conseguí a Bolívar un día largo, un 24 de julio en la Plaza El venezolano, en las calles de Caracas, en la Vinotinto, entre la tropa, en la Armada Bolivariana que hoy celebra su día, entre los niños me lo conseguí, entre las niñas, entre la milicia, entre los indios, entre los negros de Barlovento y los tambores y la magia, en los campos de maíz me lo conseguí y le pregunté ¿eres tú o no eres o quién eres? Y nos dijo: “Es que despierto cada cien años cuando despiertan los pueblos” ¡Viva Bolívar!  
 Pablo Neruda 

Un canto para Bolívar

Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra extensa latitud silenciosa, todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada: tu apellido la caña levanta a la dulzura, el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar, el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar, la patata, el salitre, las sombras especiales, las corrientes, las vetas de fosfórica piedra, todo lo nuestro viene de tu vida apagada, tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios, tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.
Tu pequeño cadáver de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma, de pronto salen dedos tuyos entre la nieve y el austral pescador saca a la luz de pronto tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes. ¿De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso. ¿Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen. ¿Y cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo. Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella, y otra más, hasta el fondo del continente oscuro. Y otra mano que tú no conociste entonces viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya: de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro, de la cárcel, del aire, de los muertos de España llega esta mano roja que es hija de la tuya. Capitán, combatiente, donde una boca grita libertad, donde un oído escucha, donde un soldado rojo rompe una frente parda, donde un laurel de libres brota, donde una nueva bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora, Bolívar, capitán, se divisa tu rostro. Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
   Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado. Los malvados atacan tu semilla de nuevo, clavado en otra cruz está el hijo del hombre. Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra, el laurel y la luz de tu ejército rojo a través de la noche de América con tu mirada mira. Tus ojos que vigilan más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos, más allá de las negras ciudades incendiadas, tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace: tu ejército defiende las banderas sagradas: la Libertad sacude las campanas sangrientas, y un sonido terrible de dolores precede la aurora enrojecida por la sangre del hombre. Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron, de nuestra joven sangre venida de tu sangre saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos. Yo conocí a Bolívar una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, Padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres? Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo: “Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”